sábado, 14 de enero de 2012

Abrazo a los recién nacidos

Con el primer bebé, todo es una novedad, y cada cosa nos parece que debe ser realizada con el mayor cuidado y consenso posible. Por eso a veces tendemos a seguir a pies juntillas los consejos de los médicos y enfermeras, de nuestros familiares, de nuestros amigos y de las personas que pasan por el pasillo si opinan sobre algo... A mí nunca se me olvidará lo de abrazar el recién nacido.

En mi primer parto, me tocó una matrona que era una mezcla entre el sargento de hierro y la madrastra de Blancanieves. Bromas aparte, era una persona con gran experiencia y no mucho tacto con las madres, y a mí me recomendó vivamente no coger al bebé en brazos más que lo imprescindible, para evitar que se acostumbrara y me tocara soportar largas noches de desconsuelo de un bebé malacostumbrado desde sus primeros días de vida a estar en brazos de su padres.

Precisamente mi primer niño sufría de fuertes cólicos, a lo que se unía unos poderosos pulmones, así que lloraba desconsoladamente de forma que creo se debía de oir su llanto a 500 metros a la redonda. Mi marido y yo nos deshacíamos en caricias y palabras suaves, y sólo cuando yo lo cogía para darle el pecho se calmaba mi chiquitín.

Ya con nuestro segundo hijo, aprendimos ambos que, las primeras horas o días tras el parto, el bebé debe estar en brazos de sus padres todo el tiempo que necesite. Unos bebés son tranquilos y les basta el tiempo de la lactancia, otros se asustan más, o tienen dolores de tripita, o cualquier otro problema que les hace demandar el calor de sus papás. Si este es el caso, no hay ningún problema en cogerlos, abrazarlos, darles calor, hacerles sentirse seguros, cercanos al corazón de sus padres – eso calma a cualquier bebé que no tenga un serio problema de salud.

Quizá el bebé se malacostumbre a estar en brazos de sus padres si se le coge constantemente durante los primeros meses.  Pero durante los primeros momentos de su vida, tras salir del vientre materno en que tienen todo lo que necesitan y empiezan a depender de acciones de terceros para no tener frío, ni hambre, ni sentirse sucios ni inseguros, los abrazos y caricias de sus papás son la mejor ayuda posible. Esto lo dicta el sentido común; y cualquier madre del mundo lo corroboraría ante la sargento de hierro...

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