martes, 19 de junio de 2012

Compartir tareas domésticas con los niños

Hace unos días mis hijos se lo pasaron en grande saltando en las camas, sacando juguetes y abriendo cajones a su antojo… Casi me da algo cuando entré en sus habitaciones ( ni siquiera la mía queda libre de sus zarpas destructivas) y  vi tiradas las colchas de las camas recién hechas por el suelo, pinturas, juguetes, zapatos desperdigados y ropas arrebujadas en las esquinas. ¡la sonrisa de la cara más sonriente, se borra ante tal espectáculo! 

Os podéis imaginar mi enfado tras su tropelía, así que les obligué, dando la batuta y responsabilidad del resultado final  a mi hijo mayor, a que dejaran todo tal y como se lo habían encontrado, es decir, en orden. Al cabo de media hora me dijeron orgullosos que ya habían acabado y realmente me sorprendieron gratamente por lo bien que lo hicieron.  Mi sonrisa volvió a aparecer y mi hijo me dijo que se lo había pasado muy bien organizando y colaborando con la brigada de limpieza.

A veces, con el ejemplo que le damos a nuestros hijos no basta, ya podemos partirnos los lomos haciendo las tareas de casa que nuestros hijos no se animarán a realizar labores domésticas a no ser que nosotros le estimulemos y acabemos logrando que sea un hábito más para ellos.

Los hábitos se crean a partir de la repetición y el estímulo, así que en un principio debemos armarnos de paciencia y repetir una y otra vez a nuestro hijo los nuevos encargos acordes a su edad y responsabilidad. Nuestro hijo debe entender que esta obligación pertenece al global de los integrantes de la familia, nadie debería escurrir el bulto o evadirse porque todavía es pequeño o porque no tiene tiempo. Para asignar las tareas pensemos en cuál puede ser la más adecuada y educativa para cada hijo atendiendo a sus gustos, carácter o capacidades personales. 

Conseguir que sean colaboradores en casa de manera constante, les educa para una buena convivencia y favorece la creación de un auténtico hogar para todos. Para conseguir que compartan con nosotros el trabajo de llevar un hogar, debemos hacerles sentir lo agradable de sentirse en una casa recogida, limpia y ordenada, que entiendan que mamá o papá no puede ir tras ellos, recogiendo lo que destruyen o manchan, que entiendan que todos los integrantes de la familia, desde el más mayor al más pequeño, forman un equipo a la hora de enfrentarse a las responsabilidades de la casa. 

Todos, en mayor o menor medida, deben tener alguna responsabilidad para gozar del derecho de una casa en condiciones y una buena convivencia. A los más pequeños les bastará con mostrar independencia en su propio cuidado, recoger juguetes con los que ha jugado o mostrar respecto por el trabajo ajeno. Una vez, que vayan desarrollándose en ellos ciertas habilidades, debemos de ir inculcándoles la necesidad de que cuiden del orden establecido en casa y que colaboren con papá y mamá en el cuidado de la casa, especialmente de su habitación y sus cosas.

Deberíamos ofrecer progresivamente pequeños encargos domésticos y asignar tareas según las posibilidades y la madurez del niño. Tienen que entender que si ellos no cumplen con la tarea que se les ha asignado afectará al resto y que la costumbre hará afianzando el hábito. Hacer la cama, ordenar la habitación o el baño, echar ropa a lavar, guardar la ropa planchada en el cajón, organizar zapatos y juguetes, poner y quitar la mesa, reponer la bolsa en el cubo de basura o el papel higiénico, regar las plantas, apagar luces, hacer recados como la compra del pan o tirar la basura al contenedor, etc… deberían formar parte de su rutina diaria o semanal, sin necesidad de sobornos o remuneraciones.

Patro Gabaldón

martes, 12 de junio de 2012

Mi hijo no quiere lavarse

La adquisición de hábitos de higiene en los niños no sólo tiene importancia en el ámbito de su salud, también tienen una gran repercusión social, ya que la falta de higiene  puede repercutir en otras personas de su entorno y en la propia imagen.

Que el niño vaya con la ropa manchada o con las rodillas negras es esperable, después de una jornada en el cole, en el parque o en la calle; es indicativo de que el niño juega, disfruta y se relaciona. Pero desde pequeños debemos fomentar e incluso recompensar con el mimo y cuidado de su cuerpo a nuestros hijos. Un niño limpio, bañado y bien oloroso, se sentirá reconfortado e incorporará estos hábitos en su rutina diaria sin problemas.

Los más pequeños estarán encantados de experimentar por sí mismos el lavado de sus manitas o el lavado diario de  dientes con un gran despliegue de jabón y pasta dental… Pero no es raro que cuando las rutinas ya se han afianzado y son totalmente autónomos, nuestros hijos experimenten algún episodio de pereza e intenten escaquearse de lavarse los dientes, de peinarse, lavarse el pelo o ducharse. Sus habitaciones quedarán impregnadas de un olor a pies insoportable o los nudos del cabellos serán “misión imposible” para nosotros. Puede ocurrir que el niño que antes se perfumaba y se peinaba con gusto, pase a ser un descuidado con su higiene.

La higiene de una persona es algo que acabará perteneciendo a su intimidad, pero que sigue siendo una de las principales lecciones de urbanidad que debemos enseñarles. Los demás niños, pueden apartarse de los que presentan un aspecto desaliñado o sucio. Aunque la ducha, el lavado del cabello, la limpieza de orejas o el corte de uñas no sea a diario, es recomendable, eso sí,  que todos los días se laven la cara, manos, pies, genitales y dientes. Asimismo debemos enseñarles a que todos los días deben echar a lavar la ropa interior como braguitas, calzoncillos y calcetines y debemos supervisar la posible aparición de piojos por contagio, tan frecuentes en edad escolar, para atajar cuanto antes el problema.

El desorden, la pereza y la falta de nuestra supervisión pueden desencadenar que nuestro hijo abandone los correctos hábitos de higiene que antes le suponían un aliciente. La única manera de evitarlo será seguir observando su disposición,  ayudarles puntualmente en algún baño más en profundidad y evitar excusas del tipo “no me da tiempo” o “tengo mucho sueño”.

Patro Gabaldón