lunes, 16 de enero de 2012

Las rabietas en público de tu hijo: una receta para soportarla


Una de las carencias de nuestros pequeños es la del sentido del ridículo. Ello hace que sean capaces de ponernos como centro de las miradas de cuantos puedan contemplar el cuadro de nuestra impotencia ante el pataleo, griterío o llanto rabioso de nuestro niño en sitios como el centro comercial, la consulta del médico o la iglesia.


En estas situaciones, creo que a todos nos encantaría tener un mando a distancia para “apagar” a nuestro hijo, o una voz hipnótica que actuara como calmante irresistible, o simplemente la posibilidad de darle un azote sin sentirnos ante el tribunal de la opinión pública al completo.


Las rabietas en público no son ni la primera ni la última cruz que tiene un padre con sus hijos, aunque sí pueden ser habituales hasta los 3-4 años. No me refiero a casos en los que el mal humor de los niños sea constante, lo cual puede deberse a causas que requieran la intervención de especialistas médicos, como problemas alimenticios o de adaptación social.   


Centrándonos en la “rabieta vulgaris”, voy a dar los posibles ingredientes de una tisana que nos permita afrontarla con cierta “dignidad”, de forma que no nos sintamos en el banquillo de los pésimos padres ante el jurado de los que tienen la oportunidad de disfrutar con el espectáculo de nuestro hijo:

  • Un buen cazo de paciencia. Enfadarnos convierte la rabieta en una batalla, y hace del monólogo del bebé enojado una bronca desigual a dos bandas.
  • Una pizca de buen humor. La situación que provocan los pequeños puede llegar a ser cómica, y verla como tal nos ayudará a quitar hierro al momento.
  • Un poco de instinto maternal, para medir las causas. A veces la rabieta es la manera que nuestros hijos tienen de decirnos que sienten hambre o sueño, o que están incubando una enfermedad.
  • Una buena dosis de mansedumbre; queramos o no, al niño habrá que levantarlo del suelo, cogerlo en brazos, ordenar los juguetes o latas que haya tirado, colocarlo con cariño en el carro, pedir disculpas con una sonrisa en la cara, etc.
  • El toque invisible: fuerza controlada para demostrarle que nos tiene que ayudar y obedecer, si y solo si es necesario. Un apretón en el brazo, o cogerle firmamente de la mano, o mirarle con severidad, le ayudarán a tomar las riendas de su descontrolada  mente.
  • Calentarlo todo al fuego del amor. En estas dificultades se nos presenta una oportunidad para el ejercicio de nuestro autocontrol y seremos modelo a seguir para nuestros pequeños.

No hay comentarios:

Publicar un comentario