martes, 16 de octubre de 2012

Las palabras que los padres no queremos decir…, pero las decimos

Nadie como nuestros hijos para sacarnos de quicio. Su insistencia para pedir lo que no deben, su inoportunidad para molestar cuando es más inconveniente, su inteligencia para encontrar lo que no debería caer en sus manos, etc. nos llevan a encontrarnos en situaciones en las que decimos cosas que jamás haríamos, pero que decimos.

“¡Al que no se calle le arranco la lengua!” “¡Como vuelvas a tocar eso, te corto las manos!” ¡”Ven aquí que te voy a machacar la cabeza!” Muchos padres acaban oyéndose decir estas u otras barbaridades similares.

Personalmente creo que es prácticamente inevitable, es un resorte que se nos dispara; sólo una inmensa paciencia puede librarnos de pronunciar disparates cuando el cansancio, la prisa o la inoportunidad se mezclan con las “delitos” de nuestros hijos. Desde su curiosidad inocente hasta sus celos recalcitrantes, casi todo lo que sienten o piensan les empuja a tramar actos que nos llevan al límite de nuestros nervios.

Contar hasta diez muchas veces no sirve; morderse la lengua tampoco, ¡si no queremos envenenarnos! Quizá respirar profundamente, para ser conscientes de que nuestro fuego interno se aviva, y tratar de calmarlo para no dar mal ejemplo a nuestros pequeños. Corregirles es tan necesario como hacerlo de forma moderada. A veces, cuando se me ha escapado alguna de estas frases estelares, me viene bien echar mano del humor, que aunque el niño no entienda, a mí me permite controlarme; algo como “ven aquí que te voy a arracar la cabeza... y se la voy a a dar a los nomos para que la pinten de verde” o “como vuelvas a coger el cuchillo te parto la cara... de un beso”. 

Si se nos ha escapado la amenaza desproporcionada, reaccionemos rápido para explicar razonadamente lo que queríamos decir o pidamos disculpas a nuestros hijos por nuestro nerviosismo. Los niños entienden que nos sacan de quicio, y desde luego nos escuchan si ven que les reprendemos con motivo.

Siendo realistas, la mayor parte de las veces ellos son auténticos angelitos, y nosotros auténticos santos. Para cuando no lo son y no lo somos, respiremos, parémonos un momento, y pensemos con cordura nuestras reprimendas.  

Patro Gabaldón