Seguramente conocéis aquello de que “el miedo protege la viña”. El miedo no debe ser un impedimento para lanzarnos a hacer cosas, pero es una excelente arma para proteger nuestra vida y nuestra estabilidad. Haciendo caso a nuestro primer y más arraigado instinto, el de conservación de nosotros mismos y de nuestra especie, el miedo, en las dosis recomendadas, debe considerarse bueno.
El miedo es también parte del aprendizaje de nuestros hijos, les enseña a evitar peligros: no cruzar la calle, no acercarse a un perro desconocido o incluso, cuando son más mayores, a alejarse de las drogas y la delincuencia. Los bebés no tienen miedo, salvo a los sobresaltos, en principio no será consciente de los peligros de subirse el coche, de sumergirse en el agua o de encontrarse cerca de un abismo. Es cuando empieza a experimentar dolor y a imaginar, que empieza a fabricar miedos y a intentar evitarlos.
El problema de esta fábrica de miedos es que haya una producción más elevada de lo normal, a causa de que los propios padres u otra personas los generen, incrementen o inculquen, bien al ofrecerles un entorno sobreprotector o por atemorizarles o amenazarles con cosas que quedarán al servicio de su imaginación.
Aunque el miedo no es exclusivo de la infancia y nos acompaña a lo largo de toda nuestra vida, el niño necesita sentirse protegido en todo momento y necesita confiar tanto en nosotros como en ellos mismos para afrontar los temores propios de esta edad.
El temor desproporcionado es altamente negativo para los niños, paraliza sus acciones y les priva de la experimentación de sus capacidades y la superación de dificultades. Debemos ayudarles a desterrar poco a poco de su mente pensamientos o imaginaciones de su mente inteligente, y a no atemorizarles irreflexivamente, si no argumentarle al niño el por qué de la necesidad de que sea prudente y evite peligros y riesgos.
Debemos potenciar en nuestros hijos actitudes valientes, pero con paciencia y sin ridiculizarles por sentir miedo, aunque nos parezcan temores infundamos y tontos. Mostrar valentía no consistiría en no tener miedo, sino en controlarlos y superarlos, especialmente cuando se trata de sentimientos que nos impiden avanzar, que nos hace sentir inseguros en todo momento y que corta nuestras alas antes de que puedan echar a volar. Los padres deberíamos enseñar a nuestros hijos la diferencia entre el miedo bueno que nos ayuda a no caer en errores o consecuencias irreversibles y los miedos malos que nos paralizan que limitan nuestras capacidades y nuestra voluntad.
Patro Gabaldón
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