martes, 20 de marzo de 2012

¿Cuándo el miedo de los niños puede ser bueno?

Seguramente conocéis aquello de que “el miedo protege la viña”. El miedo no debe ser un impedimento para lanzarnos  a hacer cosas, pero es una excelente arma para proteger nuestra vida y nuestra estabilidad. Haciendo caso a nuestro primer y más arraigado instinto, el de conservación de nosotros mismos y de nuestra especie, el miedo, en las dosis recomendadas, debe considerarse bueno.

El miedo es también parte del aprendizaje de nuestros hijos, les enseña a evitar peligros: no cruzar la calle, no acercarse a un perro desconocido o incluso, cuando son más mayores, a alejarse de las drogas y la delincuencia. Los bebés no tienen miedo, salvo a los sobresaltos, en principio no será consciente de los peligros de subirse el coche, de sumergirse en el agua o de encontrarse cerca de un abismo. Es cuando empieza a experimentar dolor y a imaginar, que empieza a fabricar miedos y a intentar evitarlos.

El problema de esta fábrica de miedos es que haya una producción más elevada de lo normal, a causa de que los propios padres u otra personas los generen, incrementen o inculquen, bien al  ofrecerles un entorno sobreprotector o por atemorizarles o amenazarles con cosas que quedarán al servicio de su imaginación.

Aunque el miedo no es exclusivo de la infancia y nos acompaña a lo largo de toda nuestra vida, el niño necesita sentirse protegido en todo momento y necesita confiar tanto en nosotros como en ellos mismos para afrontar los temores propios de esta edad. 

El temor desproporcionado es altamente negativo para los niños, paraliza sus acciones y les priva de la experimentación de sus capacidades y la superación de dificultades. Debemos ayudarles a desterrar poco a poco de su mente pensamientos o imaginaciones de su mente inteligente, y a no atemorizarles irreflexivamente, si no argumentarle al niño el por qué de la necesidad de que sea prudente y evite peligros y riesgos.

Debemos potenciar en nuestros hijos actitudes valientes, pero con paciencia y sin ridiculizarles por sentir miedo, aunque nos parezcan temores infundamos y tontos. Mostrar valentía no consistiría en no tener miedo, sino en controlarlos y superarlos, especialmente cuando se trata de sentimientos que nos impiden avanzar, que nos hace sentir inseguros en todo momento y que corta nuestras alas antes de que puedan echar a volar. Los padres deberíamos enseñar a nuestros hijos la diferencia entre el miedo bueno que nos ayuda a no caer en errores o consecuencias irreversibles y los miedos malos que nos paralizan que limitan nuestras capacidades y nuestra voluntad.

Patro Gabaldón

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