jueves, 19 de abril de 2012

¿Dónde juegan nuestros hijos?

Recuerdo que cuando era pequeña, la única preocupación que podíamos tener mis hermanos y yo cuando jugábamos en la calle era la de cruzarla sin mirar previamente o la de que no te quitaran el balón mientras íbamos al kiosco de las golosinas. Por entonces, la mayoría de los niños jugábamos en la calle sin problemas, de hecho conocíamos a la totalidad de la población infantil de barrio cuando acudíamos en masa a un pequeño parterre de no más de 40 metros cuadrados, con dos bancos y una fuente, eso sí.

Los juegos eran innumerables, aunque curiosamente muy pocos eran los que se atrevían a poner a la disposición del resto del chiquillerío sus preciados juguetes. Jugábamos a las canicas, a las chapas, al escondite inglés, a la rayuela, a la goma elástica, a la comba, a la pelota…Y si teníamos la posibilidad de disponer de un sitio más amplio nos organizábamos para jugar al rescate, a polis y ladrones o al balón prisionero. Algún balonazo en la cabeza o empujón teníamos asegurado, pero fuera de este riesgo, no parecía existir ningún otro. 

Jugar en la calle actualmente parece un lujo en vías de extinción y digo un lujo porque yo recuerdo lo maravilloso que era hacer amigos y tener la posibilidad de jugar con muchos niños a la vez. Aunque, a veces, no peleábamos, nos protegíamos unos a otros, y si uno acaba herido, el más cercano no dudaba en avisar a su madre, mientras otros les asistían. 

La calle ahora parece haberse convertido en un sitio indeseable e inseguro, ya no hay niños que se bajen con el bocadillo a merendar a la espera de encontrarse con algún compañero de juegos improvisado. Si acaso, permitimos ir a nuestro hijo al parque más cercano y bajo nuestra constante supervisión. La calle ahora parece que se ha convertido en un espacio extremadamente peligroso y conflictivo para nuestros hijos y desierto de niños, por lo que los padres actuales, recluimos a nuestros hijos en casa, cuando no disponemos de tiempo para acompañarles.

La profesora de la guardería de mi pequeño, me dijo que en durante el recreo al aire libre, se había dado cuenta de que algunos niños no sabían jugar con el cubo y la pala. No puedo evitar tristeza en pensar lo que nuestros hijos se están perdiendo y el perjuicio que la vida más sedentaria tiene en sus organismos y el individualismo de muchos de sus juegos.

Patro Gabaldón

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